Hoy me despertó el teléfono haciendo un graznido feroz, altísimo: una alerta de emergencia por un posible tornado. Un tornado??! A las cinco y cincuenta de la mañana me pregunté dónde estaba, quién era, por qué estaba sujeta a fenómenos atmosféricos que solo existen en las películas? Me imaginé vacas y techos girando por el cielo, pero no hubo tal. Solo un viento loco que desparramó las macetas del balcón y las semillas del comedero de pájaros.
Tengo una pequeña depresión, un ataque de baja intensidad. Este clima horrible no ayuda. En mi yo dividido pienso que no pasa nada, todo está perfectamente bien, las cosas andan de maravilla. Pero mi cerebro defectuoso, al que le falta yo que sé qué receptor de la serotonina, está convencido de que el resto de la vida será así, imposible de disfrutar. Ya iré saliendo. Me parece que antes la depresión era una cosa inconfesable, pero ahora es como un resfrío. Todo el mundo pasa por ahí.
Por lo menos puedo leer. En un libro de Pedro Mairal me encontré un detalle cualquiera: un tipo anda por el campo en bici y en algún momento decide meterse al monte a echarse una siesta. No hay cosa más de hombre que esa de echarse una siesta en cualquier parte. Las mujeres no podemos dormir con esa tranquilidad ni en nuestra propia cama.