Desde el martes hay una tropa de muchachos subidos en mi techo, dándole martillazos. La mayoría pertenece a un grupo indígena que no me atrevería a identificar, entre Guatemala y México, y hablan uno de esos idiomas suavecitos y dulces que tienen sólo unas palabritas de español metidas por ahí. Son muy simpáticos y trabajan como locos, desde las 8 de la mañana hasta las 4:30 de la tarde. Mi papel es no estorbar, una tarea que a veces resulta más difícil de lo que uno cree. Se ríen, se hacen bromas de compañeros de trabajo, se ponen muy serios. Cada vez que se bajan en la tarde uno viene a decirnos que hay algo todavía peor de lo que nos imaginábamos: más cosas podridas, más creatividad del constructor original, más costos. Resulta que tener techo es carísimo, especialmente para ser algo que nunca veo.
Para evitar el ruido de los martillazos he estado huyendo a la oficina. Trabajando ahí en persona, como lo hacían nuestros ancestros. La mayoría del tiempo no hay nadie y me la paso en videollamadas todo el día, de todos modos. En un piso entero estamos sólo un compañero y yo, en extremos opuestos del plano, encontrándonos de repente en la sala-cocina que está en el medio geométrico entre los dos. Ahí están los artefactos de otra época en la que este espacio estuvo habitado: muchos libros, juegos de mesa, materiales para dibujar, una máquina de hacer espressos, bowls para que comieran las mascotas. Tomamos café observando todo como sobrevivientes.
Me alegra, Chaves, que no te haya arrastrado la corriente. Siempre he sospechado que sos mejor nadador de lo que crees. De este lado de la frontera norte existe una gran tentación por volverme una bola de nervios, sacarle fotocopias a mis documentos migratorios, confirmar que mi número de seguridad social no ha sido reclasificado para declararme muerta. Hay mucho por qué llorar pero si buscamos, siempre hay mucho. Todo es horrible pero igual tengo que salir de la casa, llevar a nadar al perro, ir al cine, irme de shopping-hauer, ver series tontuelas, arrancar las hierbas del patio que se han salido de control.