Este fin de semana largo no hice nada de lo que tenía planeado. No colgué ni un cuadro, pero si hice galletas y mejoré la vida de varias plantas (eso digo yo, con los seres vivos nunca se sabe). Fallé en mantener mi dieta de información estricta. Fallé en mantener todas mis dietas, para ser exactos, y dormí mucho. No me arrepiento de nada.
A veces todavía me pregunto por qué los otros chiquitos no querían jugar conmigo, pero todos los días me respondo. Por ejemplo el domingo me puse a ver un documental de 2.15 horas que se llama State Funeral, un silencioso paseo por el funeral de estado de Stalin en 1953. En ese entonces equipos de cine fueron a todos los rincones de la unión soviética a capturar el duelo nacional. Después como el camarada perdió popularidad ese material se guardó y se olvidó, pero ahora el director Sergey Loznitsa se puso a trabajarlo increíblemente bien. La edición es una obra de arte. Y claro, todo es lento y silencioso como un funeral de estado. En él vemos a gente recibiendo la noticia en las fábricas, en las calles, vemos los periódicos vendiéndose a mil y la fila para ver el muerto (que honestamente se mueve rapidísimo, es nada más una miradita al hombre, y ya). Hay una especie de concurso a ver qué sección organizativa lleva la corona fúnebre más ridícula y enorme. Hay discursos soviéticos sobre la gloria por venir. Babushki llorando. Soldados tratando de no moquear. Jovencitas en las fábricas, muy serias. Todo el mundo parado en la nieve, atrapado por la incertidumbre. No puedo creer que lo vi todo pero terminó bien: el hijo de puta todavía está muerto.
Hace quince años que no estoy de goma, pero tu descripción me despierta esa memoria que posiblemente ya traigo en el ADN. Más cruzado, como dijo una vez mi hermana, que el suéter de la chilindrina. No te recomiendo la moderación porque nunca la entendí.