En esta casa cuando hay hormigas yo consigo una botella de aceite del Árbol del Té. Esa mierda huele horrible, y las hormigas lo saben. Yo agarro una bolita de algodón y paso ese aceite por todas las orillas, por todos los caminos, los huequitos, los marcos de las puertas. Sufro un poco yo, pero ellas más, y se van.
Lo que viene no se sabe qué es, pero no es bueno. Es el fascismo más ridículo y violento. Por ejemplo, el tipo que va a la secretaría de salud dice que hay que eliminar el flúor en el agua, que en lugar de vacunas vamos a tener alguna poción inventada por imbéciles, y que los que tenemos déficit atencional nos vamos a curar en campos de trabajo forzado. No quiero ni pensar en quién va a negociar el uso de armas nucleares. Por ahora, hasta ahí.
Es difícil hacer cualquier cosa en estas condiciones, pero he estado usando mi tiempo libre en aprender a dibujar, que es dificilísimo. He dibujado con éxito una cebolla y un conejo. No he podido dibujar una sola persona que no parezca que está teniendo un derrame fulminante. Lo bueno es que si no tengo éxito nada se pierde, no tiene ninguna importancia. Las cosas sin importancia hay que hacerlas también.