Mapaches

Cerca de casa cruza en silencio y altamente contaminado el río Ocloro. Lo de río tuvo sentido en otros tiempos, te podrás imaginar que ahora parece humor involuntario de las instancias administrativas. Tan obvio es que no hay vida acuática como evidente que el ácido de batería, los fármacos vencidos, las aguas negras y los zapatos desechados son fertlizantes poderosos. La vegetación menor y arbórea a los lados del Ocloro es frondosa y radiante (¿radioactiva?), y también es domicilio diurno de la población, ya descontrolada, de mapaches urbanos: tiernos a la vista y  enemigos de la civilización por adentro. 

Cuando salgo a fumar al parque tarde en la noche, los veo aparecer entre la agitación de arbustos, caremulas y mozotales que suben desde la margen del Ocloro hasta el cemento y el asfalto (las fronteras que dicen esto-es-territorio-humano). Salen en grupos, nunca solos, y parece que tienen un plan bien definido. La primera noche que los vi avanzar en pandilla me acordé de las familias de monos que nos despertaban en Sardinal. De hecho, el recuerdo de esos monos abrió la puerta a otros y te vi -traje de baño negro y anteojos oscuros- acostada debajo del almendro leyendo mientras las chicas entraban y salían de la piscina, vi una sábana convertida en pantalla de cine en el corredor y tres familias comentando sin censura una película de cuarta, a Migue topless preparando el café, las luces de bengala agitadas por las chicas en el cambio de año, vi allá a lo lejos al perro del vecino resignado a su cadena, a mi querido Allen sentado por ahí fingiendo no entender español, a Mariajo en el camarote metálico dormida con los ojos entreabiertos, como si fingiera estar despierta, vi una última lata de Pilsen al fondo de la hielera semihundida en la arena. 

¿Ves? Me pasó de nuevo. Ya no recuerdo qué te quería contar de los mapaches, para dónde iba con eso. En fin, salgo a fumar, tal vez me los tope otra vez.

beso