líquidos

Desde Costa Rica me manda mi hermana un video para que vea que se inundó una parte del barrio, la casa donde antes vivían Eric y Simon. Como ya lo anunciaba cada aguacero terrorífico, se salió el río y se metió a las casas. Sé que todos estamos a salvo, que las cosas se pueden recuperar. Pero a veces llueve y llueve y el río nos amenaza, todas las veces, año con año. Vivimos con el enemigo, nos toleramos, en verano somos felices. Hasta hasta que un día se sale. Se mete a la sala, arruina las paredes, se lleva flotando la silla de la cocina, el plato del perro, se sube en la cama. Un día ya no hay tiempo de pensar en qué es lo importante. Y claro ya no estoy hablando del río, ni de las casas.

Mañana tengo lo que traté de explicar como un funeral planeado. No sé cómo se dicen en español, un idioma en el que no separamos el cuerpo de la despedida, si no que pasan al mismo tiempo. En este otro idioma a veces la gente es cremada o enterrada como un trámite rápido y administrativo, y luego se organiza un “memorial”, en el que familia y amigos se reúnen para contar anécdotas y celebrar la vida de la persona que se murió. Esto puede ser meses después. Bueno, mañana tengo uno de esos, que por la naturaleza del muerto y la distancia temporal es básicamente una fiesta en un parque público, con birras, comida traída entre todos, y eventualmente una segunda parte en un escandaloso bar de patio abierto, donde alguna vez fuimos felices.

Ayer iba en el bus para la oficina a eso de las 8:30 de la mañana y en medio de niños en ruta a la escuela, gente llena de cosas dirigiéndose al brete o a una cita con el médico, se montaron dos borrachos felices. Llevaban era una botella de vino blanco barato (recién salida de un refrigerador) de esas de dos litros, y se la pasaban al uno al otro, mientras discutían sobre mujeres y sobre jugadores de basketball. A veces se les olvidaban los niños y volvían a usar las palabras gruesas, hasta que se acordaban y se disculpaban ante el público. Un rato después se bajaron para continuar con sus aventuras. No debe ser una existencia fácil ni placentera, pero por otra parte renunciar a la realidad de forma permanente suena cada vez más tentador. Una botella helada de vino blanco.