Hoy salió el sol y todo lo ví diferente. Esta depresión es al menos 50% climática. Me cambié la ropa que anduve puesta por tres días y salí a la calle, como desesperada. Me subí en un bus y ahora estoy en un “espacio privado de acceso público”, que es un truco burocrático de la ciudad. Cada vez que alguien construye un edificio gigante de noscuantos pisos tiene que asegurar un espacio público, un parquecito, una plaza, una galería o al menos una terraza con simbólicas mesitas. En este caso estoy en el edificio que lleva la maldición de ser la oficina de LinkedIn, y nada bueno puede pasar aquí. Pero es un atrio gigante donde hay un café, y algunas enormes esculturas monumentales muy modernas (y en mi opinión muy feas), largas mesas y sillas decentes, wifi sólido, y un robot que te pinta las uñas si tenés diez minutos. Todo el mundo aquí está tratando de mantenerse empleado por una empresa efímera, o compitiendo ferozmente por otro trabajo en otra empresa efímera. No es un lugar necesariamente conducente a escribir una gran obra, pero como decimos aquí, podría ser peor.
Anoche antes de caer incosciente en el doble pozo del THC y la gabapentina, se me ocurrió que si yo tuviera un negocio le pondría un nombre espectacular. La Megalópolis del Pantalón. El Imperio de las Empanadas. El Universo Entrópico de la Pasamanería. Los apunté para contarte.
En mis propias aventuras con la fauna urbana, volví a poner el comedero de pájaros. Lo había quitado al final del verano, no recordaba por qué. Llegan un montón! Me encantan y me entretienen todo el día con sus pequeñas aventuras de dinosaurio miniatura. Les tengo agua, comida para los grandes y para más pequeños, para los que se alimentan de néctar, para los que prefieren el alimento en una pasta asquerosa llena de proteína. Claro, me acordé de golpe por qué lo había quitado: una noche de estas me asomé por la ventana y descubrí a dos ratas teniendo una cena romántica a la luz de la luna, mirando hacia la bahía.