hijas

La máquina de coser empezó a darme problemas anoche porque cambié un hilo de carrucha pequeña por un hilo de carrucha grande. Esta hija de puta es delicada como un Stradivarius. Lo que me estoy haciendo es una blusa sencillísima de esas de meter la jupa por el hueco. Yo lo único que le pido es la costura recta, pero ella me trata como si le estuviera pidiendo que cosieramos un Iris Van Herpen.

LaMenor, siempre tan si misma, siempre directa como un dardo. La veo bailar en las fotos, y pienso en todo el trabajo que le a puesto a esto de la danza, todo lo que ha puesto de su vida complicada de adolescente. Esas hijas tuyas siempre me dan una sensación como de estar viendo por detrás de una cortina lo que es ese amor paralizante, esa sensación que tienen los padres de tener una parte (la mejor) de si mismos caminando ahí afuera en el mundo inhóspito y lleno de hijos de puta. Me pasa con mis sobrinas y con los hijos de todos los amigos, a los que veo todavía con enorme asombro cuando le digo a los padres “igualito a vos!” como si fuera un milagro.

Ayer vi esta película Suizo-Argentina que se llama Azor, de Andrés Fontana. Es sobre un banquero suizo que va a Argentina en 1980, en la dura de la dictadura, a reemplazar a su socio que ha desaparecido misteriosamente. Me gustó mucho en parte porque es una película sobre el poder. No sólo sobre el político y el financiero, si no también el doméstico entre padres e hijos, hombres y mujeres. Una de ellas tiene una línea devastadora: “mi esposo y yo somos la misma persona: él”.