Me leí La Infancia de Caín, la primera novela de Michael Amherst, un escritor británico joven. Las historias de infancia generalmente me irritan, pero esta está muy bien escrita. Hay muchas angustias reconocibles en este personaje, en la relación con sus papás, en la percepción de los otros niños. Recuerdo esa sensación de indiferencia de los adultos, que minimizan tus problemas o simplemente no tienen posibilidades de comprenderlos. También juzgar a los adultos duramente, con un contexto limitado. Posiblemente crecer es pasar por todas esas traiciones.
Ayer le decía al psicólogo que una de las cosas que siento moverse y cambiar es que ahora me gustaría estar en un solo lugar. Una sensación desconocida. Llevo 25 años de subirme nerviosamente a los aviones. Ya vi el mundo y honestamente estaba más o menos, tengo notas mixtas. Ahora me dan ganas de dormir en el mismo lugar donde duermen mis libros.
He trabajado un montón pero ya puse una alarma que me hace levantarme a las 5:30pm para estirarme, comer, hacer otra cosa. Parece absurdo trabajar tanto en un mundo que se va para el carajo a velocidades supersónicas. Pero bueno, el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad, y todo eso que leímos, tiene que servir de algo.