Es domingo por la noche y acabo de regresar de un paseo para celebrar los 75 años de mi madre. Durante el regreso de Dota a San Pedro de Montes de Oca leí a Lena y me hizo pensar en el futuro, muy puntualmente en los 26 años que me quedan por vivir para llegar a la edad que tiene mi mamá hoy.
Acabo de verme con detenimiento en el espejo del baño de mi apartamento y me pregunté cómo voy a resolver el tema de la raíz de pelo de color negro pintadito con canas que empieza a despuntar tras el tinte de pelo que me hicieron para interpretar a un personaje de una peli. También, pensando en el futuro me acordé del tema de las pensiones, pero antes necesito resolver lo del color del pelo porque lo siento no más importante sino más al alcance.
En todo caso el futuro me llena de dudas, pero de dudas que paradójicamente me dan ganas de seguir viviendo.
He estado pensando mucho en la importancia de dudar todo el tiempo. O he estado dudando mucho para elaborar lo que pienso. No desde la inseguridad de no saber, más desde la curiosidad por saber. Dudar entendido como preguntarse, cuestionarse, revisarse. Esa duda de “no si le caeré bien a todo el mundo”, a estas alturas ya me tiene sin cuidado. Hablo de leerse un par de libros antes de opinar desde el hígado. Ahora que escribo hígado pienso en el aparato digestivo y tal vez dudar tenga que ver con digerir.
¿El futuro es dudar?
Por el momento, en lo que llaman el futuro inmediato, aparte de resolver lo del color del pelo, voy a ver Adolescencia. Les reporto.