Ayer fui al museo Whitney, donde iba yo con mi amigo Ray cada dos años a la bienal. Antes de entrar paré un toque en una mesita de afuera para respirar. No tenía ganas particulares de ir a un museo pero bueno, hay que hacer las cosas inútiles. En la terraza del octavo piso, junto con unas esculturas muy modernas, lloré un poquito. Vi cosas interesantes un rato, sin mucho entusiasmo. Después me quedé viendo un abstracto de Motherwell por más tiempo del que era conveniente. Después me fui y ya no sé si tengo razones para volver nunca más en la vida. Está hecho.
Eso de que quitaron la biblioteca para poner un puesto policial es tan directo que si lo pusieras en un poema sería hasta un poco ridículo. Del último libro de Ta-Nehisi Coates no puedo dejar de pensar en algo parecido: el Museo de la Tolerancia en Jerusalén está construido directamente encima de un cementerio palestino.
Otra cosa que hice en Manhattan: el artista bogotano Iván Argote tiene la instalación de su escultura Dinosaurio, una paloma pintada de forma meticulosamente realista. Es ahora la indiscutible reina de la ciudad, tuve que ir a pagar mis respetos.
Después de estar de pie y con los ojos abiertos tanto tiempo estaba exhausta. Qué vejez. Lo que quiero es dormir y dormir, en mi cuarto de hotel de medio pelo, con la persiana negra cerrada hasta abajo. Cada vez que veo las noticias me sangra una úlcera que todavía no sé si tengo.