Ayer fui a la oficina todo el día, por eso estuve un poco distraída y no pude contestar o hablar mucho. Estaba con gente, como dicen las mamás.
En la mañana cuando iba en el bus de camino, iba un señor de unos 60 años cargando una bolsa de 50 libras de cemento. No solo en un bus, si no que se bajó en mi parada e hizo la transferencia a la próxima línea, por donde iba yo también. Cada paso le costaba un huevo. Tenía que subir la bolsa primero, para bloquear la puerta automática del bus, y luego subir él, y luego volver a levantar la bolsa para encontrar un lugar donde no estorbar. No es lo más raro que he visto subir al bus, te digo, he visto cosas. Lo que me pregunto es en qué momento este señor se convenció a si mismo de que esto era buena idea, o al menos plausible. En qué momento dijo “soy un idiota” pero ya habiéndose comprometido a la tarea, ya subido en el primer bus, no le quedó más que continuar. Y por supuesto lo único que cabe preguntarse: cuál será la puta bolsa de cemento que estoy cargando yo por la vida.
El otro día en una capacitación corporativa en comunicación la facilitadora explicaba que las preguntas que empiezan con “Por qué” tienden a ser interpretadas como agresivas, y es mejor evitarlas. No es noticia para mí, que crecí como niña autista que quería saber la razón de todas las cosas, y la respuesta de las autoridades incompetentes siempre fue tratarme de insolente, de insubordinada, de malcriada. No importa cuánto expliqués que no estás cuestionando la validez de nada, solo querés saber las razones, porque tenés genuina curiosidad y así es como aprendés mejor. Ser bien criada es nunca preguntar por qué, si no preguntar “contáme más, cómo es que llegaste a esa conclusión?” o “me gustaría que me explicaras tu proceso”. Debí llevar esta capacitación cuando tenía 7 años.