balsa

Les escribo desde la estrecha superficie flotante de las drogas blandas. Para dormir, para despertar, para sobrellevar una tristeza íntima que no es de contar en este espacio público. Nada más les cuento que, siguiendo el ejemplo de los hombres, he logrado transformar algo de esta tristeza en enojo. En vez de andar por ahí en humillante aguevazón ahora estoy puteada. Funciona a la perfección: ya me siento mejor.

Por razones que no me atrevo a especular mi jardín explotó en flores, especialmente unas que se llaman coreopsis. No fue como que las sembré a propósito, pero ahí están: docenas de grandes flores amarillas que caen hacia adelante por su propio peso. Este año en general las criaturas menores me han respondido con cariño: las plantas están llenas de vida, los pájaros cantores no dejan de venir al comedero, el perro me quiere con sus grandes ojos cafés. Es absurdo pedir más, pero uno pide.

Hablando de criaturas, pienso en Ramona y en su vida maravillosa. La comprendo, porque el mundo afuera del apartamento es terrorífico y si yo pudiera gritaría más cuando me hacen salir. La rutina perfecta incluye ver por la ventana una hora y merodear. Nuestros ratones eléctricos están ahí para lo demás.

Amigos, los observo desde aquí haciendo las cosas que hacen bien, en lugares lejanos. Qué felicidad me traen. Yo necesito este lugar, esta balsa flotante, pero unas semanas más. Pronto estaremos todos bajo el mismo techo de zinc tratando de hablar más duro que el aguacero.