Hoy cumplo cuarenta y seis años. Nunca se siente como que cumplo años porque mi cerebro preventivamente siempre piensa que tengo un año más, hasta que mi mamá me corrige las cuentas. En fin, ya hice las restas correspondientes y si son cuarenta y seis. Para celebrar mi marido me regaló un resfriado que me tiene hecha mierda, afuera a 10C y lloviendo, yo con un puño de kleenex en la cama que era de mis suegros, en un pueblo cerca de la costa en Nueva Inglaterra.
Tus recuerdos tropicales me sirven de cobija, porque los veo todos, con los mismos colores cálidos. Las bengalas en la noche de año nuevo. Los pies que se salen de la hamaca. Puka metiéndose al mar por primera vez, detrás de La Mayor. Mi mamá cortando frutas y mientras tanto pensando en cosas misteriosas. El calor y la arena, mis enemigos, en una tregua temporal. Vos flotando en el océano pacífico con la confianza absurda del que sabe nadar. A estas alturas ya parece que todo ha sucedido, pero quién sabe qué recuerdos nos falta por hacer.
El otro día alguien me contó que fue a un zoológico en Europa y uno de los animales en exhibición era el exótico Procyon Loctor, nuestro humilde Mapachtli. El mismo que ronda tus cigarrillos nocturnos, y el que se mete a mi cocina a buscar comida si dejo la puerta de atrás abierta en la noche en San Francisco. No pregunté pero espero que tengan toda una banda que esté planeando su inevitable escape e inmediata colonización del continente. Se lo merecen.
Abrazos y estornudos. Preferiría la lluvia tropical.