Queridas, escribo de nuevo desde mi apartamento en Zapote. Regresé el domingo, digamos, por partes. Primero el cuerpo, luego, de a poco, la mente o cabeza o lo que quede de ellas que además están hechas una mancuerna con, si me permiten, el corazón. Bien visto, es todo positivo porque estos revolcones te mantienen vivo.  

La noche del domingo me empezó a picar la garganta, ayer un poco de tos y hoy ya directamente soy el señor de cierta edad que tose de forma explosiva y cavernosa y todo el supermercado vuelve a ver.

Qué bueno el fragmento que Paula cita del libro Orbital, de Samantha Harvey. Quiero leerlo. Ahora, nosotras pensamos lo mismo sin haber viajado al espacio! Es una desgracia que ahora sea inevitable asociar los-viajes-espaciales no tanto con él como con lo que representa el facho de Musk.

Hoy dediqué unas horas a reordenar la biblioteca y, de pie en la sala, releí de un tirón el libro Ejercicios mentales (Perro Azul, 2003) de Pau, y recordé haber leído el manuscrito un tiempo antes de su publicación. El primer poema que leí de aquella muchacha a quien apenas estaba conociendo fue esta joya:

Entre ropas ajustadas se buscaba el alma

Hoy fui a la playa,

me tumbé en la arena,

aceité mi cuerpo y

luego vi cómo te veías

vos en pantaloneta.

Ejercicios todos mentales.

Y por alguna razón ahí mismo me vinieron unos versos de un poema de Eliot, La figlia che piange. No me los sé de memoria así que los busqué y me parece que quedan mejor en la versión al español de López Velarde: Quédate en el descanso más alto de la escalera; apóyate sobre una urna de jardín; teje, teje la luz del sol en tu cabello