investigación

Estamos en ola de calor, eso aquí quiere decir que puedo salir sin suéter durante el día. Una cosa que pasa más o menos dos veces al año, así que hay que aprovechar. Me llevo a Dante a dar una vuelta larga por el barrio, en la que me dedico a ser su asistente de investigación. Cuando era cachorro sólo quería correr, ahora solo quiere estudiar. Él tiene muchos datos que recolectar, claramente: vamos a cero kilómetros por hora. Mi única tarea es no derretirme en este sol aplastante, esperar la señal para avanzar dos metros, hacia el próximo punto de observación.

En mis audífonos suena un audiolibro de misterio, una historia de adolescentes secuestradas por un psicópata, de esas que venden miles de copias (a quién? bueno, quién lee libros?). Un profesor de filosofía una vez me recomendó leer algunas cosas de mala calidad, porque si leo solo a los grandes de la literatura nunca voy a atreverme a escribir una palabra. Así que eso hago, es por mi bien. Además, a pesar de sus muchos defectos, estas historias tienen una cualidad importante: al final se resuelve la cuestión de una u otra forma. Ya quisiera yo saber cómo resolver una historia (en la página, o en la vida).

Hace unos días me llegó un gran rollo de papel kfraft, de ese que se usa para envolver el pan. No sé por qué esa se volvió mi superficie favorita. En la mañana corto un pedazo grande, lo pego a la pared con masking tape, y en el transcurso del día voy haciendo líneas aquí y allá, entre reuniones y el almuerzo y mientras pienso en qué voy a decir en la reunión siguiente. Mis dibujos siguen siendo malos, primitivos, principiantes: gatos con caras medievales, mujeres con narices aplastadas, ojos redondos e infantiles, animales que nunca superaron sus dos dimensiones, objetos que no guardan más que una familiaridad distante con sus fotos de referencia. No tengo paciencia para trabajar en una sola cosa por más de un día: a la mañana siguiente aparece otro pedazo de papel kraft. Es lo más cerca del arte que me he sentido.