deber

Yo no le debo nada al mundo. Me costó un montón de décadas llegar a esta liberadora conclusión: no le debo ni un libro, ni una obra de arte, ni un buen artículo ni un poema, mucho menos un hijo, un árbol, un edificio, ni siquiera una buena empanada. La vida no solo no tiene fechas de entrega, si no que no tiene entregables. Es posible estar viva y ver por la ventana cómo desaparecen los barcos llenos de contenedores por la izquierda del escenario, y más cerca cómo se agitan las ramas altas del árbol del vecino, y aún más cerca qué sucia está esta ventana. Quizás al mundo si le debo una limpiadita.

Cuando leí In All Fours ya se me había pasado la peor época de locura, pero me reconocí de inmediato. Si hay un momento para tener decisiones de loca, de adolescente drogada, son la década de los 40 años. Yo siento que las mujeres deberíamos advertirnos más las unas a las otras, pero también dudo que esas advertencias sirvan de mucho. Deberíamos saber que vamos a querer participar en actos de vandalismo, de indecencia pública, de robo a plena luz del día. Un día sos normal y al otro día estás pegando la cara a los azulejos fríos del baño, sudando en calzones a las dos de la mañana. Un día estás pagando los impuestos municipales y al otro día pensás que quizás dejar a tus hijos adolescentes y al buenazo de tu marido e irte a vivir a Puerto Viejo quizás sea posible, y hasta responsable con vos misma, con lo que siempre quisiste.

Para darles una pista sobre mi funcionamiento interno, el Domingo se me olvidó hacer la lección de Duolingo. Llevaba 978 días seguidos sin perder un solo día por ningún motivo. Ahora soy libre, y no tengo que hacerlo nunca más. Borré la aplicación de inmediato.