El candelabro es irreparable. Traté de conectarlo a la electricidad de varias maneras, desde varios puntos de conexión, y nunca funcionó. Y así antes de hacerle nada más, se convirtió otra vez en basura. Ahora tengo que ver cómo me deshago de él, quizás tengo que ir a dejarlo exactamente donde lo encontré a altas horas de la noche, bajo un árbol, en una esquina.
Este finde me leí un libro de Claudia Piñeiro, de historias cortas, que se llama Quién No. Ya de ella me había leído Las Viudas de los Jueves, que fue muy popular. Lo que me gusta de ella, y de otras argentinas de esa generación, es que el estilo periodístico (casi de novela policial) se les da muy bien. No me tienen que describir o explicar quién es esta señora o este tipo, si no que nada más me tienen que mostrar lo que dice y lo que hace. Así se cuentan los misterios.
Tu texto en Samoa me hizo recordar cosas locas. Mi propio hostal en Londres, muerta de frío, aliada circunstancialmente con otros muertos de hambre. A veces tengo la impresión de que a esta edad ya me pasó todo lo importante, nada es totalmente inesperado. Se lo dije al psicólogo mil veces, pero como todo lo que repito con certeza, es mentira. Las sorpresas siguen llegando, a veces (como con los Estébanes) son disparadas por pequeñas acciones del pasado. Cuando siento que la cosa se está estancando recuerdo que cuando mi tía estaba en sus 50s formó parte de una pandilla de mujeres de su edad, que salían a la mitad de la noche a graffitear en San José.