El sábado quedé de verme con Paula. Almorzamos, tomamos una siesta, y fuimos a ver Nosferatu. Teníamos nuestras dudas pero acordamos que si nos daba mucho miedo teníamos permiso de agarrarnos la mano. No fue necesario, porque este remake del clásico de 1922 es más bien un poco cómico. Nos reímos con nuestras risas de señora loca en todos los momentos inapropiados. La película es más o menos buena pero se me hace que las mejores partes son referencias a esa película vieja que todos hemos visto en clips, la oscura sombra de una mano de uñas largas extendiéndose por la ciudad. Mi personaje favorito es un Friedrich, un pobre hombre, racionalista alemán que seguramente ha leído Goethe, tratando de no perder la razón entre tanta hablada de demonios. No le sirve de mucho.
El domingo el clima regresó al estándar del verano, y me fui a dar una vuelta por San José medio desierto. Se me olvida que la gente normal no vive aquí, solo viene a trabajar y cuando no le queda más remedio, como venir a citas del hospital o a renovar la cédula. En el parque nacional se bajó un grupo de gringos de un bus y caminaron hacia el centro, tomándole fotos reflexivas al Monumento Nacional (no me acordaba qué significaba, tuve que buscar en google). Esas fotos nunca más nadie las va a volver a ver, no tienen ningún sentido. No contienen personas, ni paisajes, ni recuerdos. Trato de pensar si tengo recuerdos específicos del Parque Nacional, más allá de su generalidad, vagos momentos en bancas y mesas de piedra. El más saliente tiene que ser de 1986, cuando todavía había patos.
Para que no se me olvide que vivimos en la jungla, mi hermana me manda por whatsap una foto de una boa constrictor de más de dos metros de largo, gorda como un tronco, que encontraron en el barrio. Acudieron los bomberos (beneméritos) quienes salen en un video metiéndola en un saco, aunque uno de los pobres muchachos tiene la mano bien apretada por los músculos exagerados de la culebra. Mi hermana no había visto a la gata desde la mañana y claro, de inmediato asumió que era uno de los bultos visibles en la panza de la boa. Pero no, la gata apareció al final de la tarde, después de haber dormido todo el día en el sol, despreocupada y llena de lagañas.