Espero que estés nadando. Yo nunca pude bien. Debajo del agua o respiro, o abro los ojos, pero las dos no se puede. Creo que hablamos de eso el otro día en el patio de la casa de Zapote y con una breve descripción de mis habilidades acuáticas me diagnosticaste que si se me hunde la lancha muy lejos de la orilla, me ahogo. Ni modo.
Hay un montón de cosas que no logro hacer y ahora, convenientemente, puedo echarle la culpa al desarrollo motor chueco del autismo. Por ejemplo, cada vez que me monto en una bicicleta es como si fuera la primera vez. Tengo que volver a aprender, ya sin la ventaja de tener a Miguel corriendo detrás de mi en un parqueo de la UCR. A veces lo intento de nuevo, pero cada vez lo intento menos. Ya no me interesa ser normal.
Espero que vaya bajando el aguacero. Aquí hace frío, pero seco. El aguacero se supone que viene mañana, pero son promesas vacías: a penas terminamos con una llovizna que solo sirve para dejarlo todo más sucio.
Ayer me leí un ensayo largo (un libro entero) del filósofo Alexander Nehamas. El título viene de una frase de Stendhal, “Beauty is only a promise of happiness”. Es un ensayo sobre cómo la filosofía, y la crítica artística, se han agarrado con la belleza. Tendría que recitarte todo el capítulo dos, que es una maravilla, pero te receto un par de párrafos en referencia a la atracción hacia una persona:
I don’t approach you with a settled sense of myself, taking my plans and my wishes for granted and counting on your assistance with them. Instead, I expect them—I want them—to change once I expose them to you. I hope that you will make me wish for what I have never wished before and give me what I now can’t even imagine.
You are no longer merely a means to my own ends, which are already established without reference to you, but someone whose own ends can become mine-an end in yourself. I then act on a sense – vague but intense — that there is more to you than I can now see and that it would be better for me to learn what I suspect you can offer. I willingly give you power over myself emotionally, ethically, and intellectually, trusting you not to exploit it. By becoming vulnerable in that way, I put my identity at serious risk because I have no way of telling how our relationship will ultimately affect me and whether it will be for good or bad-and neither do you: if your feelings for me are the same, so are the risks that you will have to take; but then, as the ancient proverb says, friends have all things in common.